Luis casalá: Jubileo de mi vida consagrada

¡Los milagros existen!

¿Por qué yo? ¿Por qué me eligió a mí? ¿Por qué recibí la gracia de nacer en una familia cristiana y de recibir el bautismo? ¿Por qué mi madre me consagró a María apenas nací? ¿Por qué sobreviví estos dramáticos, intensos, cambiantes, desafiantes cincuenta años? ¿Por qué sigo feliz danzando en un escenario que no hubiera soñado jamás? Este tiempo de celebración está siendo una ocasión de caer en la cuenta del milagro de la vida, del milagro de la vocación, del milagro de la perseverancia en un compromiso. Por eso cada vez soy más consciente de que lo que se celebra es la fidelidad, la misericordia, la ternura del amor de Dios que permite que yo hoy esté donde estoy, sienta lo que siento, reciba el cariño y el acompañamiento de tantos y tantas, y que siga eligiendo seguir caminando tras las huellas de Jesús, en este modo evangélico de vida.

¡Cuánta agua pasó bajo el puente!

También se cae en la cuenta de que son CINCUENTA años. Es verdad que hice mis primeros votos con 18 añitos. Fue como tirarse a la pileta sin saber bien si había agua. Creyendo. Confiando. Celebrar el jubileo es ocasión de detenerse. Vivimos, vivo, corriendo, inclinado hacia el futuro, a veces agobiado por el presente. Al detenerme caigo en la cuenta de que cincuenta años son muchos años. Y que la vida pasa, pasó, y queda muy poco hacia adelante, al menos en relación con lo ya vivido. ¡Cuántas cosas pasaron en estos años, a nivel eclesial, social, político! ¡Cuántos cambios profundos en este “cambio de época”! ¡Cuántas cosas pasaron también en mi cuerpo, que está lejos, muy lejos de ser el cuerpo de ese joven de 18 años! ¡Y cuántas pasaron por mi corazón y por mi mente! Nunca hubiera podido imaginar el escenario en que hoy me toca vivir, comprometerme, educar, anunciar a Jesús. Seguramente es mejor que así haya sido. Los ideales frustrados de la juventud de los años 70, cuando creíamos que era posible un mundo más justo y equitativo, cuando hoy impera el neoliberalismo que proclama a los cuatro vientos la meritocracia y el individualismo; la Iglesia “en medio de los pueblos columna de verdad”, hoy desprestigiada por los escándalos de todo tipo; la Vida Consagrada, camino de santidad y única forma de seguir a Jesús con radicalidad, hoy avejentada y reemplazada, muchas veces con ventaja, por la presencia de tantos laicos comprometidos. ¡De cuántos cambios he sido testigo! Por momentos uno puede preguntarse ¿dónde está el resultado del esfuerzo, de la siembra, de la entrega…?

¡Mirar con ojos nuevos!

Las canas, las arrugas, los múltiples dolores, nos van avisando que nos vamos poniendo viejos. Pero sin duda lo peor es que se nos avejente la mirada. Que seamos incapaces de ver y reconocer los signos de vida, los ”brotes verdes” las posibilidades que ocurren y se nos ofrecen a cada paso en nuestra historia. Lo peor es la ceguera, que el corazón sea ganado por la nostalgia, que se nos muera la esperanza, que nos invada el escepticismo. Aunque este no es el mundo, ni la Iglesia, ni la Vida Consagrada que soñamos, éste no es ni el mejor ni el peor de los mundos, ni la mejor ni la peor de las Iglesias posibles, ni el peor momento de la Vida Consagrada en su larga historia. Este es nuestro tiempo, el que debemos amar. Con el que me toca hoy comprometerme, con el cual, y por el cual el cual hago voto nuevamente de entregar la vida para trabajar por el sueño de Dios, por la causa de Jesús, por el Reino de Dios.

El corazón lleno de nombres

“Al final del camino me dirán:

—¿Has vivido? ¿Has amado?

Y yo, sin decir nada,

abriré el corazón lleno de nombres”.

Este pequeño poema de Pedro Casaldáliga me representa bien hoy. Es el cumplimiento de la promesa de Jesús para quien deje su familia propia para seguirlo. ¡Recibirán cien veces más! Esto es verdad en mi vida. La promesa se ha cumplido. Y parafraseando a Neruda podría decir: “confieso que he amado, confieso que he sido amado, confieso que amo y soy amado”. ¿Qué más puedo pedir?

Hoy renuevo mi entrega

He tenido y estoy teniendo el regalo de celebrar de múltiples maneras y con diversos grupos de personas, amigos, hermanos y hermanas, este aniversario. Aunque me cuesta el “protagonismo” que supone ser el centro de la celebración, reconozco que cada vez es ocasión de revivir y repensar esta larga historia, y de volver a agradecer y quedar asombrado, maravillado, de la fidelidad y de la misericordia del Padre de Jesús. También es ocasión de agradecer a quienes, con su palabra, testimonio, servicio, generosidad, entrega, cariño, acompañamiento, me han sostenido en el camino.

Doy fe de que nunca faltó una mano amiga, desinteresada, un consejo sabio, una experiencia nueva y fundante, un encuentro “casual”, una soga de donde agarrarme en los peores momentos. Tal vez este sea un pequeño secreto de mi perseverancia, esa cierta obstinación que me caracteriza y el haberme dejado ayudar, aconsejar, acompañar.

Con alegría, con fe, con esperanza y con absoluta confianza hoy vuelvo a poner mi vida en las buenas manos del Padre de Jesús (eso es en definitiva “consagrarse”) para continuar hasta el final de mis días ofreciendo a María, en su Compañía, mis “débiles servicios”.

Y lo hago, y lo seguiré intentando hacer, encandilado por un Jesús, siempre nuevo, que me sale al encuentro y me sorprende cada día. Con el cual nunca existe el riesgo de aburrirse. Un Jesús que para mí hoy es maestro, libertador, vida y camino, que lo es ¡todo para mí! Y que se los regalo con este “dibujo”, mini retrato que hace de él Pedro Casaldáliga, y con el cual me despido agradecido a todos ustedes y a la Vida:

“Jesús de Nazaret, hijo y hermano,

viviente en Dios y pan en nuestra mano,

camino y compañero de jornada,

Libertador total de nuestras vidas

que vienes, junto al mar, con la alborada,

las brasas y las llagas encendidas”.

Fraternalmente, y con el deseo de que siempre tengan PAZ,

 

Luis A. Casalá, sm

25 de marzo, 2018

casalasm01@hotmail.com