Hace poco, en una actividad con docentes de nivel inicial, alguien me preguntó por qué muchas veces utilizo la expresión “jardín” en lugar “nivel inicial” (que es, en efecto, más apropiada) y por qué hablo de “la maestra jardinera” más que de “las y los docentes de nivel inicial” (que también es sin duda más apropiado). Y me gustó la pregunta, porque me da ocasión de reivindicar dos expresiones que contienen la idea clásica y redescubierta del “jardín”. Clásica, porque nació en tiempos de Fröebel (el kindergarten es jardín de infancia) y redescubierta, porque hoy significa cosas un poco diferentes. Creo que la imagen del jardín (y la jardinera) sintetizan cosas que, en mi opinión, vale la pena subrayar. No por desmentir que las otras denominaciones son más precisas en muchos sentidos, sino para legitimar esta jerga espontánea que, del pasillo al arenero y de febrero a diciembre, sigue viva en nuestras instituciones.
El jardín es, a diferencia de la selva, un espacio donde la vida se desarrolla bajo una mirada atenta y cuidadosa. Como metáfora, la selva o la jungla remiten a la supervivencia y a la competencia feroz. En la jungla corporativa se compite con emprendedorismo y audacia, y se concibe la vida social como esa especia de segunda naturaleza que muchos han llamado “darwinismo social”: la supervivencia del más apto y la desaparición de los débiles. En el jardín, en cambio, se comparte, se conversa y se cultiva la confianza en el otro. Las distintas formas de la vida se amalgaman y se complementan, conforme a un plan respetuoso de la naturaleza, pero profundamente humano. De allí que el jardín es una imagen mucho más estatal que mercantil, porque en el jardín gobiernan leyes justas que cuidan y ordenan, y hay criterios de protección sostenidos por una concepción estética y filosófica de la vida.
Hay además una relación evidente entre los jardines, el pensamiento, el tiempo especial (la scholé) y la lectura. El jardín es tiempo y espacio a redguardo de la cotidianeidad. El poeta mexicano Fabio Morábito escribió que el jardín es aquél lugar imprescindible donde se puede “poner a secar las frases leídas y darles vueltas, una y otra vez” (1). También en la obra de Michèle Petit aparece esa relación. Para ella el jardín se analoga a la biblioteca, “tiene que ver con el deseo de responder al caos del mundo, creando un espacio aparte, un lugar interior; que nos separa de lo que nos rodea para poder verlo mejor, y habitar en ello. (…) Son lugares de vida y de creatividad, porque son propicios para el ensueño” (2). Me gusta entonces esta concepción del jardín-biblioteca, tan apropiada para describir a nuestras instituciones dirigidas a la primera infancia.
Y me gusta pensar también que las maestras jardineras (¡por una vez, un genérico femenino!) seamos esa presencia que sabe, que cuida y que sueña un lugar que honra la bella e imprescindible inutilidad que define a cualquier aula. Hay en las maestras jardineras (de ambos sexos) algo parecido a lo que Alba Rico ve en las “madres de ambos sexos”, esas formas de vida profundamente humana que resisten siendo de carne y hueso, de nervio y lágrima, y que no ceden ante la fuerza cosificante que quiere convertirlas en utilidad, en mercancía.
Por todo eso, y porque en tiempos en que las aulas buscan ser seducidas por modelos con mucho tinte de exclusivo (el aula marketinera, el aula publicitaria, el aula coaching emocional, etc.) defiendo la bella imagen del jardín, de resonancias utópicas y una potente vocación inclusiva.(Daniel Brailovsky)
Felicitaciones por tanto trabajo a todas las Seño!!!!